05/09/22 La Salle Condal

346.- Coincidiendo con estas fechas de “vuelta al cole”, me vienen a la memoria mis inicios en la escuela.

No sé muy bien por qué mis padres eligieron La Salle Condal. Quizás la proximidad del piso en el que vivíamos situado en Las Ramblas o que mi hermano mayor ya hacía seis años que estudiaba allí. En todo caso, quisiera escribir algo de mi paso por este colegio.

Los Hermanos de La Salle llegaron a Barcelona en 1879. En 1905 adquirieron unas parcelas de terreno, de lo que había sido el convento de San Francisco de Paula, para la construcción de un nuevo colegio y entre este año y 1906 se construyó, al mismo tiempo que el cercano Palau de la Música, proyectado dentro de un estilo neogótico, pero de inspiración modernista.

Desde el año 1951, con motivo del Tricentenario del nacimiento del Fundador, San Juan Bautista de La Salle, pasa a llamarse “Colegio La Salle Condal”. Está situado en el barrio de Ciutat Vella de Barcelona, más concretamente en la calle Amadeu Vives, 6. Consta de tres plantas, de formas diferentes cada una de ellas, destacando la puerta principal con forma de arco ojival y dos figuras de animales mitológicos esculpidas en la base.

Como centro docente, durante muchos años, fue muy bien valorado, destacando la distribución, el uso de la luz y las soluciones en materia de higiene, muy avanzadas para su tiempo.

En plena dictadura de Franco, la etapa de la enseñanza obligatoria que me tocó vivir fue la Enseñanza General Básica (EGB).

Constaba de ocho cursos de escolarización comprendidos entre los 6 y los 14 años de edad. A su vez, estos cursos se agrupaban en tres ciclos que respectivamente se denominaban ciclo inicial, medio y superior. El inicial estaba formado por el primer y el segundo curso; el medio por los tres siguientes y el superior por los tres últimos.

Al finalizar la EGB se recibía, bien el título de Graduado Escolar (en caso de que se hubieran aprobado los distintos cursos), o bien el Certificado de escolaridad (en caso contrario). En este punto tenías que elegir uno de los dos posibles trayectos si querías seguir con la formación educativa: continuar con el bachillerato unificado polivalente (BUP) o con estudios de formación profesional de primer grado (FP1). El título de Graduado Escolar daba acceso al BUP o a la FP1, mientras que el Certificado de escolaridad solo daba acceso a la FP1.

No me voy a referir a la metodología de la EGB porque utilizaba métodos tradicionales de enseñanza, en los que priorizaba el aprendizaje memorístico y los resultados obtenidos. Tampoco de algunas asignaturas obligatorias: religión y formación del espíritu nacional (FEN), más que nada porque, aparte de algún valor aprovechable, fueron horas perdidas. Pero de lo que sí que quisiera hablar, es de algunos recuerdos/anécdotas que tengo de mi paso por los diferentes cursos en La Salle Condal.

En 1966, a punto de cumplir los 6 años, empecé primero de EGB.

Recuerdo aquel colegio como muy grande. Cuatro clases por curso, tres enormes patios, una iglesia, un teatro, un gimnasio, cocina y comedores y hasta una pequeña cantina. También recuerdo cómo nos formaban, al toque de la campana del patio inferior, con una disciplina militar digna del mejor ejército y sin duda aquellos “hombres vestidos de negro” que imponían respeto pero que, al menos yo, jamás oí que algún cura abusara de ningún alumno.

Los primeros años los pasé con miedo (pero sin trauma), porque había un profesor (Sánchez), que me pegaba cuando una suma o una resta no me salían bien. Pegar, en aquellos años era normal, pero es que además, este “capullo” lo hacía con una regla cuadrada de madera. Si la falta era leve te daba en la mano con la palma extendida, si era grave tenías que juntar los dedos en forma de cuña y te atizaba con la regla en la punta de todos los dedos. Dolía de cojones y no retirases la mano, porque entonces el azote era doble.

Esto hizo que me entraran unos dolores de barriga crónicos y que solo pensara en llamar a mi madre para que viniera a buscarme porque no me encontraba bien. Para más inri, me tocó repetir curso (por edad) y lo tuve dos años consecutivos. El tal Sánchez, que ya veía muy mal, se quedó ciego cuando yo estaba haciendo cursos superiores y jamás lo lamenté. De adulto he comprendido que no hay que alegrarse de la desgracia ajena, pero cuando eres niño y te hacen daño…

A partir de segundo hasta acabar octavo, aparte de algún bofetón y castigo por mal estudiante, no tuve ningún problema, porque los profesores: Blas, Illa, López, Basols, etc. y sobre todo las actividades físicas que se hacían: futbol, balonmano, básquet, etc., más todos los amigos de la clase, hicieron aquellos años más llevaderos.

Nunca me consideré un buen estudiante todo y que los informes psicológicos que se hacían en la época decían lo contrario. A mis padres, estos informes, les tuvieron engañados siempre, ya que los finalizaban con la misma frase: “el niño puede, pero no quiere” o algo así, jeje…

“El niño” sí que quería, pero es que a partir de 5º estaba por otras cosas: las motos, las chicas, etc.

Por cierto y hablando de las motos. Los viernes por la tarde, al salir de La Salle Condal, cogía el tren y me iba a la casa de La Floresta donde ya me estaban esperando mis amigos (mayores que yo): Pere, Emilio, Andrés, etc., para ir a entrenar un rato con las motos, por lo que ya salía de casa con las botas puestas, eso sí, tapadas con los pantalones por encima.

Era habitual que cada año, en la misma escuela, te hicieran la revisión médica. En ella tres médicos analizaban diferentes aspectos de la salud infantil: peso, estatura, placa de pulmones, fimosis, etc. y hasta aquí ningún problema, pero nadie me dijo (o al menos yo no lo supe), que ese viernes por la tarde tocaría la revisión médica.

Al grito de: “todos desnudos solo con la camiseta, calzoncillos, calcetines y zapatos”, a mí se me cayó el mundo, porque ese viernes iba con las botas de Trial.

Imaginaros la situación. Fue tal la vergüenza que pasé que jamás me las puse para ir a clase y si las volví a necesitar, siempre las llevé en una bolsa.

Creo que mis compañeros me apreciaban, sobre todo los de las últimas filas, jajaja... aunque reconozco que no me comporté bien con alguno de las primeras filas, y pido disculpas. Sigue siendo cierto aquello de que los niños podemos ser crueles.

Deportivamente siempre me consideré muy bien valorado. Me reclamaron y jugué en los equipos de futbol, básquet y balonmano, así como siempre fui uno de los capitanes cuando había que configurar los equipos en las salidas de las excursiones a Begues, Arenys de Munt, etc.

Y entre matemáticas, historia, ciencias, motos y chicas, acabé 8º de EGB sin viaje de fin de curso, pero de esto también tengo que explicar una anécdota.

Lo teníamos todo preparado: gastos pagados, trayecto en tren, días definidos, etc. para pasar unos días en LLivia, pero todo se rompió una semana antes. El profesor Basols junto a 5-6 compañeros de clase hicieron un conato de cómo podrían ser esos días y se fueron a probar el fin de semana antes.

Jamás supe qué pasó, pero el lunes, solo llegar a la clase y con cara de pocos amigos, el profesor Basols lo anuló todo porque no se veía capaz de pasar con más de 30 alumnos, lo que pasó con 5 ó 6. Nos devolvieron el dinero de todo y nos quedamos sin viaje de fin de curso.

Como no aprobé todas las asignaturas, no tuve el Graduado Escolar y con solo el Certificado de escolaridad, estuve dos años más en La Salle Condal estudiando FP1 en la rama administrativa.

Cuando acabé este primer grado de Formación Profesional, después de 10 años, dejaría La Salle Condal para siempre y me incorporé al mundo laboral, donde tuve el mejor profesor y maestro que podía desear: mi padre! pero esto ya es otra historia.

Estuve muchos años sin saber nada de La Salle Condal, de hecho no he vuelto nunca más, pero ya encontraré el día para acercarme y ver si aquel colegio se parece en algo al que yo fui.

Tampoco he sabido nada de mis antiguos compañeros de clase. Quizás el cambio de barrio, la edad o el destino, estuvieran haciendo su trabajo. Más adelante, con las redes sociales he recuperado alguno, pero las casi cinco décadas transcurridas hacen que ese reencuentro, en algunos casos, haya sido menos divertido de lo esperado. El paso del tiempo nos ha cambiado y ya asumí que debo quedarme con los recuerdos de un tiempo que no volverá.

La foto elegida es del curso 71-72, a ver si me encontráis.