368.- Mi padre ha fallecido, y porque lo necesito, pero sobre todo se lo merece, quiero hablaros un poco de él. No hay buenos y malos días para fallecer, pero el pasado 25 de diciembre, Navidad, a la edad de 95 años, su cuerpo ya no ha aguantado más.
Como ya comenté en su 90 cumpleaños, no tuvo una infancia fácil, menos aún la juventud, y todavía fueron más complicados sus primeros años de adulto.
Dos terribles accidentes marcaron su futuro y por qué no decirlo, el mío también.
El primer accidente (que la mayoría conocéis) fue fruto de su pasión y trabajo con los ascensores. Este accidente le supuso un duro golpe que le dejó “tocado” profesionalmente, pero que a la postre sería el inicio del legado que dejó a sus hijos.
El otro accidente fue moral. Perder al padre (mi abuelo Eugenio) con 26 años no debió ser fácil asumirlo y menos aún al mismo tiempo que el primer accidente, por lo que mi padre, sin mencionarlo demasiado, siempre se sintió culpable.
Poco a poco, con más voluntad que medios, se recuperó y mi madre tiene gran parte de “culpa”, por lo que, con todo ello, inició su carrera en solitario, creando una empresa, JMT (José Martín Toledano), que ahora me honra dirigir junto a mis hermanos y que no tardaremos en traspasar a sus nietos, la tercera generación.
Más de una vez le reproché que no le recordaba en mi etapa de estudiante. No le recuerdo ayudándome en los deberes diarios, pero ahora sé que es porque estaba trabajando hasta altas horas de la madrugada para que, entre otras cosas, el domingo yo pudiera tener una moto y pudiera dar saltos y brincos en aquella añorada casa de La Floresta.
Toda esta pasión mía por las motos de montaña, y el Trial especialmente, se la debo a él, solo a él. Mi padre me enseñó a ir en bicicleta y, sin forzarlo jamás, me metió las motos y el trabajo en la sangre. Me enseñó a amar todas las cosas en las que uno aplica sus manos, con su ejemplo me enseñó a no tirar nunca la toalla, me enseñó lo difícil que es “luchar” contra uno mismo y sobre todo… me salvó la vida en un estúpido accidente de tráfico.
Como esto no es poco, con 16 años no me preocupé de estudiar más porque sabía que no tendría mejor maestro que él. Toda la labor de enseñarme la profesión, su profesión, se la debo a él, solo a él.
Los de su generación son de una “pasta” diferente y aunque jamás tendré la experiencia, ni las “manos” que tuvo, allá donde esté puede darse por satisfecho si consigo dar a mi hija y nieto la mitad de los valores que me enseñó a mí, tanto morales como profesionales. Me siento profundamente impresionado al repasar, casi a la velocidad de la luz, el tiempo que hemos compartido.
El día de Navidad ocurrió algo que, forzosamente, cambia mi rutina cotidiana del diario quehacer. Las Navidades se suceden veloces y casi siempre intrascendentes, pero ya no habrá más con él.
Sí, es un alto en el camino definitivo, pero no quisiera dejar pasar la oportunidad de darle, en primer lugar, las gracias por haberme llevado hasta aquí, y después para agradecerle en público, en voz alta, tan alta que llegue a miles de amigos, el tiempo que me dedicó a mí, a mis dos hermanos Francesc y Margarita, también a mi madre María, a sus nietos: Adriana, David, Marina, Marta, Daniel, Albert y Marc, y a sus biznietos: Valentina, Miquel, Aimar, Miriam y Ulisses, enseñándonos a todos con su ejemplo la mejor de las virtudes: su tesón, su capacidad de trabajo y su cariño familiar.
Ya hacía tiempo que quería mandar “A TOMAR POR CULO” la vida, (frase que tanto pronunciaba a menudo para cualquier solución y que tanto nos hacía reír). Comentaba que su tiempo en esta vida se había acabado y con una entereza impresionante, decía que ya no le quedaba nada por hacer y que se quería ir cuanto antes.
No puedo dejar de emocionarme al pensar que ya no podré visitarle ni comentarle nada más, temas del trabajo, de Calafat, de las motos, que eran de los pocos por los que últimamente todavía se interesaba. Siento una enorme pena y tristeza que mi cabeza y mi corazón todavía no han asimilado, pero el nudo este que tengo en el estómago y que evidencia que me quedan sentimientos que pugnan por salir, poco a poco, irán colocándose en su sitio, es un tópico, pero es ley de vida.
Hay lugares que son inolvidable y hay momentos que guardaré siempre en mi interior, pero mi padre siempre será el que estará en mis mejores recuerdos, en mi memoria, en mi alma y en mi corazón.
¡Papá, descansa en paz!
Víctor